ISSN electrónico: 1885-5210
DOI: https://doi.org/10.14201/rmc.31417

LA CONCIENCIA Y LA ESENCIA DEL MÉDICO EN DOS PELÍCULAS

The Physician’s Conscience and Essence through Two Films

Pablo GONZÁLEZ-BLASCO 1; Juliana DE CARVALHO-MOURA 1; Graziela MORETO 1; Francisco LAMUS 2

1 SOBRAMFA-Educação Médica e Humanismo. São Paulo (Brasil).
2 Universidad de la Sabana (Colombia).

Autor para correspondencia: Pablo González-Blasco

Correo electrónico: pablogb@sobramfa.com.br

Recibido: 14 de octubre de 2022
Aceptado: 9 de enero de 2023

Resumen

Dos películas -una española ambientada en Colombia, la otra belga- que tienen un denominador común, y provocan un cuestionamiento vocacional: ¿Cuál es el sentido de ser médico? ¿Por qué elegir esta profesión? Y, a continuación, la pregunta lógica: ¿Cómo formar médicos hoy en día, cuando parece que el sistema no ayuda? La construcción del profesionalismo médico enfrenta desafíos únicos que ven de dentro del sistema sanitario. La atención está centrada en procesos y resultados, y el paciente es, con mucha frecuencia, olvidado. El enfermo se transforma en un detalle o, peor, en un elemento que problematiza el sistema, diseñado para situaciones teóricas, sin contemplar la necesaria imprevisibilidad del ser humano. La solución posible sugiere la necesidad de formar una cultura en grupo, trabajar en conjunto con profesionales que son felices, y tiene orgullo de ser médicos y dedicarse vocacionalmente a cuidar de los pacientes. El médico es una conciencia frente a una confianza que el paciente le otorga. Por eso, reflexionar sobre la práctica médica es fundamental para el aprendizaje y el despertar de esta conciencia profesional. Sólo cuando pensamos en nuestro desempeño, en cómo aprendemos de cada encuentro con el paciente, podemos mejorar y adquirir nuevas actitudes. Postura que es integridad y al mismo tiempo dedicación y cuidado amoroso, donde se injerta la verdadera competencia y sabiduría, como la demostrada por los médicos ejemplares de todas las épocas. Aprender, que la sabiduría no es sólo saber las cosas, sino también amarlas.

Palabras clave: educación médica; profesionalismo; relación médico paciente; humanismo médico; conciencia profesional.

Summary

Two films -one Spanish set in Colombia, the other Belgian- that have a common denominator, and provoke a vocational questioning: What is the meaning of being a doctor? Why we choose this profession? And then, the logical question: how to train doctors today, when it seems that the system does not help? Building medical professionalism faces unique challenges that come from within the healthcare system. Attention is focused on processes and results, and the patient is very often forgotten. The patient becomes a detail or, worse, an element that problematizes the system, designed for theoretical situations, without contemplating the necessary unpredictability of the human being. The possible solution suggests the need to form a culture-group, able to work together with professionals who are happy and proud to be doctors and dedicate themselves to caring for patients. The doctor is a conscience in the face of a trust that the patient gives him. For this reason, reflecting on medical practice is essential for learning and awakening this professional awareness. Only when we think about our performance, about how we learn from each encounter with the patient, we can improve and acquire new attitudes. Posture that is integrity and at the same time dedication and loving care, where true competence and wisdom are grafted, as demonstrated by exemplary doctors of all times. And at the bottom, to learn that wisdom is not only knowing things, but also loving them.

Keywords: medical education; professionalism; doctor-patient relationship; medical humanism; professional conscience.

Introducción

Una película española, con un actor de categoría, fue el punto de partida de esta reflexión. Un actor nacido en La Rioja -tierra de vinos, España profunda- protagonista de películas de Almodóvar, y que aquí consigue poner un acento sudamericano, lo que no deja de tener mérito. Un reconocimiento especial de los que tenemos oído para las versiones del castellano hablado del otro lado del Atlántico.

Lo que empezó como curiosidad, disparó la reflexión y acabó convirtiéndose en una verdadera catarsis. Esta es, por cierto, la función de las artes entre las que se cuenta el cine. Dice la mitología que Zeus, sabiendo que el hombre es un ser que olvida -olvida lo fundamental, lo esencial, no los detalles periféricos- creó las musas y las artes para recordarle lo que, al fin y al cabo, realmente importa. Un trazo de memoria afectiva, una llamada a sumergirse en la propia conciencia, a redescubrir tu esencia. Humani nihil a me alienum puto- nada de lo que es humano me es ajeno, afirmaba Terencio, romano, que también tomaba cartas en el asunto.

El olvido que seremos

Cartel español

Ficha técnica

Título original: El olvido que seremos.

País: Colombia.

Año: 2020.

Director: Fernando Trueba.

Guion: Héctor Abad Faciolince, David Trueba.

Intérpretes: Javier Cámara, Nicolás Reyes, Juan Pablo Urrego, Patricia Tamayo, Aida Morales, Maria Teresa Barreto Laura Londoño, Elizabeth Minotta, Kami Zea.

Idioma original: español.

Color: color.

Duración: 136 minutos.

Género: drama, historia.

Productora: Caracol Televisión.

Sinopsis: la vida del Dr. Hector Abad Gómez, médico, profesor, líder social, asesinado en 1987, contada por su hijo, el escritor Hector Abad Faciolince.

Enlaces: https://www.imdb.com/title/tt11385336/

Trailer : https://www.youtube.com/watch?v=jMzKHdi99cA

El olvido que seremos (2020) de Fernando Trueba1, este es el título de la película que cuenta la historia de Héctor Abad Gómez, un médico colombiano, profesor universitario, padre de seis hijos, líder social y formador de opinión.

Un hombre entregado a su familia, a sus pacientes, al servicio de diferentes comunidades y al servicio público en Colombia e internacionalmente. Su legado trasciende en múltiples esferas de la institucionalidad sanitaria colombiana actual, tales como el servicio social obligatorio en profesiones de la salud, la vacunación masiva y las promotoras de salud en comunidades rurales y dispersas. Sobresale y perdura la Facultad Nacional de Salud Pública en la Universidad de Antioquia que además de dirigirla en su momento hoy día lleva su nombre. De hecho, la película cuenta parte de la historia, ciertamente tenía muchas más cosas importantes, porque es más fácil usar los lados sesgados. Y el título es importado de un poema de Borges, que el médico llevaba en el bolsillo cuando lo asesinaron. El hijo de Héctor, único hombre entre cinco mujeres escribe el libro que también sirve como guion de la película.

La película se ve con emoción e, inevitablemente, pensamos en Héctor Abad, siempre una inspiración como persona, ciudadano y trabajador de la salud. Y nos consta que, en Colombia, cuna de esta y muchas otras muertes absurdas, su figura sigue vigente. Leyendo el poema que inspiró el nombre del libro de su hijo, sentimos cada vez más la cercanía «a ese hombre» más que al ciudadano y al sanitario. Releemos el poema de Borges, y la reflexión adquiere mayor volumen y densidad.

Y por esa capacidad de recordarle al hombre lo que realmente importa, las musas cinematográficas nos llevan de la mano, hasta otra película que se hermana con la anterior. Se trata de La chica desconocida / La Fille Inconnue (2026)2, una película belga de los hermanos Dardenne.

La chica desconocida

Cartel español

Ficha técnica

Título original: La Fille Inconnue.

Título en español: La chica desconocida.

País: Bélgica.

Año: 2016.

Director: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne.

Guion: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne.

Intérpretes: Adèle Haenel, Olivier Bonnaud, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Christelle Cornil, Jean-Michel Balthazar, Thomas Doret, Marc Zinga, Morgan Marinne.

Idioma original: francés.

Color: color

Duración: 113 minutos.

Género: drama.

Fotografía: Alain Marcoen.

Productora y Distribución : BiM.

Sinopsis: una noche, después del cierre de su consultorio, Jenny, una joven doctora, oye el timbre de la puerta, pero decide no abrir. Al día siguiente se entera por la policía de que han encontrado, no lejos de allí, a una joven muerta, sin identidad (Filmaffinity).

Enlaces: https://www.imdb.com/title/tt4630550/

Trailer em español: https://www.youtube.com/watch?v=UO1W-y5QaR4

Una joven doctora decide no abrir la puerta de su centro de salud, cuando llaman fuera de horario de forma inoportuna. Al día siguiente aparece una emigrante muerta, y la cámara de seguridad revela que fue ella, la ahora difunta, quien llamó insistentemente. Despega la película y, con ella, el enfrentamiento de la doctora con su conciencia. La mezcla de ambas películas es el detonador que genera estas líneas, o, mejor dicho, la reflexión sobre la práctica médica que ejercemos ya hace décadas.

Viendo la película, surge de inmediato la pregunta: Después de todo, ¿para qué soy médico? El despertar vocacional puede estar muy claro en la memoria como el caso de aquel colega que comentaba sobre el pediatra que visitaba a todos los hermanos en casa, y en el que confiaba su abuela materna: «no me traigan otro médico, quiero este». Y añadía el colega, todavía niño: ¡Quiero ser como este señor!

Aun sin estar al borde una crisis vocacional, porque sabemos que elegimos el camino correcto, lo que encaja, nos llena y nos hace felices, la duda nos puede asaltar como médicos y como docentes. Es decir, la duda de cómo quien intenta formar médicos es capaz de reproducir ese modelo de ejercicio profesional que te hace sentirte útil, y se traduce en realización y felicidad profesional. Todos los días escuchamos quejas, más quejas, arrepentimientos y decepciones: no de la medicina, sino de los médicos, o, mejor dicho, del «sistema médico» que, tarde o temprano, acaba salpicando a los médicos, porque al fin y al cabo son los agentes de este modus faciendi.

Hace poco más de un mes, un estudiante recién graduado nos envió un mensaje que destilaba consternación: «Profesor, ¿cómo logra compatibilizar el ejercicio de la medicina tal como debe hacerse y someterse al sistema mayorista, como en los Tiempos Modernos3 de Chaplin?» Sonreímos con la audacia encantadora, y después de unas horas, enviamos la respuesta serena, diciendo que hoy, si estuviéramos solos, no seríamos capaces de navegar en estos mares turbios. Sin el apoyo de un equipo que piensa y reflexiona, que se sostiene a sí mismo, habríamos tirado la toalla hace mucho tiempo. El colectivo que comparte y acoge las angustias y los impasses, que nos ayuda a pensar y a transitar nuevas posibilidades de cuidado, nuevos caminos en la atención cotidiana se vuelven tan fundamental como el propio acto médico, ya que permite la constante reconstrucción de la identidad de sujetos que aspiran a una práctica humanística de excelencia.

No es posible ser un solitario, un Batman, porque la Gotham City de la medicina ha penetrado en el sistema capilarmente. No son asesinos, sino gente que trabaja con la mediocridad, médicos vulgares, material de derribo, chatarra académica -que se dejan tratar así, dicho sea de paso- pensando sólo en resultados en la cuenta corriente (al fin y al cabo, los que dan las cartas son los inversores de las aseguradoras, empresas que demandan dividendos). El paciente es, lamentablemente, el último factor para tener en cuenta y, si es posible, evitar. El bufón, el «Joker», hoy, no mata ni hace volar edificios; trabaja -siempre con una sonrisa sarcástica- en el mercado que vende salud, en la tienda de segunda mano, donde los médicos -una verdadera fauna epidémica producida por facultades de medicina sin solera académica, otro negocio rentable- son sometidos a un trabajo que avergonzaría al jornalero que honestamente trabaja limpiando la casa de nuestra abuela. Son las desafiantes condiciones de trabajo que, a diario, con sus metas de productividad –como una fábrica automotriz de Chaplin en sus Tiempos modernos3- fomentan el distanciamiento y la deshumanización de la práctica médica. El sistema engulle a los sujetos y masifica el cuidado.

¿Qué hacer? ¿Acabar con el sistema? ¿Suprimir el salvavidas que el usuario compra a precio de oro -compra el negocio hotelero, «Las Vegas de la salud»- y se encuentra con una bella y maravillosa maqueta del «Titanic» que se hunde? Muchas veces ni se da cuenta de que se hunde, porque le sirven, en el vestíbulo del hospital donde decidió ir a hacerse unas pruebas (después de todo, paga una cuota mensual por el plan) un Veuve Clicquot en su punto… Pero hablar con un médico, encontrar a alguien que lleve el caso, que tome las decisiones con profesionalismo, eso es mucho pedir. De hecho, no está en el contrato. Has pagado el hotel y los complementos… No vengas a exigir lo que no tenemos. La descripción nos llevaría lejos y también a.… ninguna parte. Esta triste realidad se evidencia en cada encuentro vacío, apresurado, mecánico, despersonalizado y distante de todo lo que imaginamos al ingresar a la tan ansiada facultad de medicina.

Volvamos a las películas, que, a nuestro modo de ver, son la única salida. Volvamos a la respuesta al estudiante. Un equipo de apoyo, es decir, personas que practican tu cultura médica, que conocen, disfrutan y son felices siendo médicos. Una resistencia. Como la descrita en aquella magnífica película de Truffaut Fahrenheit 4514: los hombres-libro, que transmitían la cultura mientras los bomberos quemaban los libros, porque estaban prohibidos.

Resistencia, como la que describe Ernesto Sábato en el ensayo que lleva ese título:

lo que nos decimos son cifras, no palabras; el hombre posmoderno está encadenado a las comodidades de la técnica, sin atrever a zambullirse en experiencias vitales como el amor y la solidaridad. Nadie se duerme en la carreta que le conduce de la cárcel al patíbulo; pero nos dormimos de la cuna a la sepultura, porque nos distraemos de lo que es importante. Resistir no con violencia, sino con la pequeña vela que nos ayuda a esperar en medio de la noche. La historia es un conjunto de aberraciones, tortura e injusticias; pero es también la escena donde muchos millones de hombres se sacrifican para cuidar a los otros. Son la resistencia, un sacrificio fecundo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en medio de la miseria5.

Resistencia. Eso es lo que necesitamos en primer lugar. O mejor dicho, en segundo lugar, porque lo primero es el compromiso personal: la zambullida en la propia conciencia, que era el comienzo de este comentario.

La conciencia incorruptible de Héctor Abad, que hace que su hijo pida perdón por su mala conducta, que no acepta la mediocridad política, que no escatima esfuerzos y entrega. La conciencia de la doctora belga que, aunque sea fuera de horario -lo de «se acabó mi turno, no me traigan problemas»- va buscando el problema porque la posibilidad de omisión frente a su vocación y el compromiso la oprime. El profesor Decourt6, ejemplo que algunos tuvimos el privilegio de tener cerca, decía que la medicina es una confianza (del paciente) ante una conciencia (del médico).

Y Marañon, con claridad meridiana, nos orienta para enfrentar el compromiso del deber:

El derecho nos viene de fuera como un regalo, y puede, en teoría, sernos repartido por igual, Pero el deber mana de nosotros, de nuestra personalidad y de cada momento de nuestra personalidad, como el chorro de un manantial. Nada, pues, de lo que ocurra en el mundo realizará el sueño de la igualdad, porque nada podrá igualar los deberes de cada ser humano. Y es el deber y no el derecho el que marca las diferencias esenciales y las categorías entre unos hombres y los otros. Un régimen social, teórico, podrá dar los mismos derechos a un hombre genial y a un mentecato; pero aquél se sentirá obligado por encima de toda ley a cumplir deberes que el ciudadano de la mente limitada no es capaz de sentir7.

Muchos ejemplos desfilaron por la memoria de cómo los pacientes moldeaban y pulían nuestra conciencia con su postura. Una llamada de madrugada, donde la paciente decía que su marido insistía en que no llamara, que iba a molestar y ella le contestaba: «¡pero es médico!». Otro amigo que nos cita para ver a su esposa y de nuestra parte, médico joven e inexperto, nos avergonzamos cuando saca su chequera. «Tienes que cobrar. Gratis, solo funciona el reloj. Y el hecho de que seamos amigos no implica nada. ¿O crees que el enemigo te llamará para ver a su esposa?» Y otro, un paciente que acabó siendo un gran amigo, hombre de integridad inmensa, que dejaba un cheque en blanco firmado y me decía: «Ponga la cantidad que le parezca adecuada, y pídale a su secretaria que me llame más tarde y me avise». Todo esto se recuerda con una emoción que no es posible contener y surge la gratitud por el modo como nos formaron nuestros pacientes. Esa es una deuda que habrá que pagar algún día: los recuerdos de cómo los jóvenes médicos son educados por sus pacientes.

Es también la conciencia del deber profesional médico, la que se curte y navega avezada en lo que cada día tiene que ofrecer a través de los pacientes que golpean a la puerta. Los personajes como el doctor Héctor Abad (Javier Cámara) en el Olvido que seremos y la doctora Jenny Davin (Adele Haenel) en La chica desconocida, nos dejan ver además ejemplos elocuentes del médico como un personaje arquetípico de las comunidades que hacen de la salud y sus gestores un patrimonio de la colectividad. Personajes que actúan como poleas conectando problemas y recursos de la comunidad con posibilidades sistémicas para atenderlos y resolverlos.

La reflexión sobre la práctica médica es fundamental para el aprendizaje y el despertar de esta conciencia profesional. Solo cuando pensamos en nuestro desempeño, en cómo aprendemos de cada encuentro con el paciente, podemos mejorar y adquirir nuevas actitudes.

La lectura, además del cine, puede contribuir a este proceso. Vale recordar aquí, un libro8 donde el autor, neurocirujano famoso, escribe sobre los errores y aciertos de su práctica clínica. Puro reflejo de su actuación. Se hizo muy conocida una frase de su autoría y que refleja esta interrogante: «Se necesitan 3 meses para aprender a operar, 3 años para saber cuándo operar y 30 años para saber cuándo no operar».

Cuando se trata de un aprendizaje técnico, el tiempo necesario para aprender es relativamente corto, no requiere especial reflexión. Sin embargo, para realmente hacer todo el bien posible para nuestros pacientes, se requiere tiempo, mente y corazón abiertos, para que lo aprendido esté impregnado de mucha reflexión. Otra frase del mismo autor que ilustrar este tema: «Tengo menos miedo al fracaso, he logrado aceptar su existencia y sentirme menos amenazado por él y quizás he aprendido de los errores que cometí en el pasado».

En cada encuentro con el paciente, es innegable que estamos permeados por un abanico de situaciones diferentes, afectos, dudas, sensaciones que nos llevan a reflexionar sobre nuestra práctica. En cada evento, en cada intercambio con el paciente, somos inmediatamente desplazados de nuestra zona de confort automatizada, que nos dificulta enormemente la reflexión, la toma de conciencia de cuestiones fundamentales que nos acechan diariamente. Estas preguntas son la esencia de ser médico. El aprendizaje que generosamente nos brindan los pacientes en cada encuentro sólo es posible en la medida en que verdaderamente entramos en contacto con los acontecimientos que nos rodean, con las historias, posturas y vivencias que constituyen el universo del otro.

Entonces, cuando escuchamos sobre el sistema, alguien a quien culpar «por la medicina de hoy» (lo cual es cierto); o protocolos y optimización de procesos (que dejan de lado el factor humano, y luego se tuercen de una vez por todas); o las investigaciones y procesos que se ocupan de lo que llaman ética médica institucional (es decir, cómo librarse de un proceso), el poema de Borges surge como un gigante, el olvido, la ausencia que seremos, si renunciamos a lo indelegable: la propia conciencia. La esencia reflexiva que nos permite revisar nuestras acciones. Y nuevamente la voz de Gregorio Marañón se mezcla con el poema de Borges: «Estimo, y lo he dicho muchas veces, que el deber que se nos exige ha de ser tan sólo un pretexto para inventar otros deberes»9.

Recuerdos positivos en este sentido también vienen a la mente: hace muchos años un amigo, médico competente y dedicado, se convirtió en empresario y nos llamó para cuidar a su madre. ¿Cómo es eso?, preguntamos. ¿Y tus pacientes? Él respondió: alguien me engañó diciendo que un médico cambia su auto todos los años, tiene una casa en la playa y otra en la montaña. Cuando vi que no podía, decidí cambiar a gerente y empresario, porque los pacientes, a quienes amo y respeto, ¡no tienen la culpa de mi posible frustración! Una conducta coherente y encomiable.

El médico que cuida a los que le rodean. Quién cobra, más, menos, mucho o nada, porque los médicos no tienen sueldo, tienen honorarios, eso también lo aprendimos de otro querido profesor. El médico que es un profesional liberal que sabe dará cuentas a Dios, a su conciencia y a la confianza que depositan en él. El médico que atiende a la comunidad, que no se refiere a pobres o ricos, sino a todos los que te lo piden. Y aquí recordamos cuando médicos jóvenes atendíamos llamadas de madrugada, convenientemente vestidos, tanto cuando se trataba de un aristócrata, o cuando había que entrar al callejón de una favela. Muchas veces nos hacíamos acompañar de estudiantes -hoy queridos compañeros de trabajo, parte de la comunidad cultural que nos apoya- y alguien comentaba sorprendido sobre nuestro atuendo -elegante, decían- tanto cuando íbamos a una mansión, como cuando vestíamos el cadáver de alguien que había muerto, o incluso en un compartimiento pobre de una chabola.

De esa postura, reflejo del compromiso profesional, también nos habla Marañón:

Esta fuerza, que no creo que deba llamarse extra científica, depende en último término de una sola cosa: del entusiasmo del médico, de su deseo ferviente de aliviar a sus semejantes; en suma, del rigor y de la emoción con que sienta su deber. En esto consiste, si bien se mira, la vocación: en una emoción primordial del deber, con detrimento de los posibles derechos. Eso es mucho más importante que el problema de la aptitud, en el que la gente ligera localiza la vocación. La aptitud se adquiere -salvo excepciones rarísimas-, aun cuando se carezca de ella por completo, al calor de la emoción ética. Todos los hombres servimos para casi todo, en cuanto lo queramos con irrefrenable voluntad. La vocación es una cuestión de fe y no de técnica10.

Postura que es integridad y al mismo tiempo dedicación y cuidado amoroso, donde se injerta la verdadera competencia y sabiduría, como la demostrada por los médicos ejemplares de todas las épocas:

Su sentido de la Medicina era más cordial, más humano que el nuestro. Aún no había desaparecido en ellos, bajo el fárrago cientificista el viejo médico familiar, notario, sacerdote, consejero y supremo tribunal en los pleitos más recónditos en cada casa. Acaso no sabían más que los que les sucedieron, pero es seguro que fueron mejores, y, en suma, hasta más sabios; porque nos hemos ido olvidando de que la sabiduría no es sólo saber las cosas, sino también amarlas11.

Dos películas desafiantes para los médicos, que exponen claramente la pasión por la profesión, la entrega y también las dificultades y desafíos inherentes a la práctica. Una pista de despegue para enfrentar tu conciencia - en silencio, en soledad, sin dejarte contaminar por las excusas del sistema. Y para volver a visitar tu esencia, el porqué de elegir esta profesión, o de sentirse elegido, llamado -vocare, latín puro- y por contestar afirmativamente. Necesaria reflexión que rendirá magníficos dividendos, mientras en el fondo resuenan los versos del poema de Borges: «Somos ya el olvido que seremos, el polvo elemental que nos ignora… No soy el insensato que se aferra, al sonido mágico de su nombre. Pienso con esperanza en ese hombre, que no sabrá que existí en la tierra, bajo el azul indiferente del cielo, esta meditación es un consuelo».

Referencias

1. El olvido que seremos (2020) - IMDb

2. La chica desconocida (2016) - IMDb

3. Tiempos modernos (1936) - IMDb

4. Fahrenheit 451 (1966) - IMDb

5. Sábato E: La Resistencia. Buenos Aires, Argentina: Planeta/Seix Barral; 2006.

6. Decourt LV. A Didática Humanista do Professor. São Paulo, Brasil: Atheneu; 2005.

7. Marañón G. Los deberes olvidados. (Conferencia, 1933) en Obras Completas Vol. III, Madrid, España: Espasa Calpe; 1967

8. Henry Marsh. Sem causar mal: Histórias de vida, morte e neurocirurgia São Paulo, Brasil: Editora: nVersos Editora; 2015

9. Marañón G. La Medicina y Nuestro Tiempo. Madrid, España: Espasa Calpe, Colección Austral; 1963.

10. Marañón G. Los deberes olvidados. (Conferencia, 1933) en Obras Completas Vol. III, Madrid, España: Espasa Calpe; 1967

11. Marañón G Mi homenaje a Francisco Huertas en Obras Completas, vol. III Madrid, España: Espasa Calpe; 1967

Pablo González Blasco. Médico y Doctor en Medicina, por la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo, Brasil. Miembro fundador y actual director Científico de SOBRAMFA- Educação Médica & Humanismo. Autor de diversas publicaciones y trabajos presentados en congresos nacionales e internacionales, donde aborda los temas de Medicina de Familia, Educación Médica, Humanismo y Medicina, Educación de la Afectividad a través del Cine y de las Artes

Juliana de Carvalho Moura. Médico y Maestría en Medicina Preventiva y Social FMUSP. São Paulo, Brasil. Professora associada em SOBRAMFA. Coordenadora de Formação de Professores.

Graziela Moreto. Médico y Doctor en Medicina, por la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo, Brasil. Directora de SOBRAMFA- Educação Médica & Humanismo. Coordina los Programas de Formación y Cooperación Internacional. Autora de diversas publicaciones y trabajos presentados en congresos nacionales e internacionales, donde aborda los temas de Medicina de Familia, Educación Médica, Humanismo y Empatía

Francisco Lamus-Lemus. Médico pediatra, magíster en salud pública. Director de la Maestría en Salud Pública de la Facultad de Medicina - Universidad de La Sabana, Colombia. Autor de diversos artículos en Atención Primaria, Educación en Salud y Desarrollo infantil temprano.